El encuadernador en el archivo

ARCHIVO GENERAL DEL ESTADO DE OAXACA

EL ENCUADERNADOR EN EL ARCHIVO

Por Nidia Emireth Mendoza Rojas

Hablando como encuadernador dentro del campo de la restauración de libros, es indispensable mencionar los objetivos más importantes: estabilizar y conservar los volúmenes, con tal de que sigan disponibles para investigación o consulta. Siempre teniendo en mente recuperar el material original que lo conforma, frenando el deterioro detectado, sin distorsionar los elementos y que estos impidan o modifiquen el estudio de la temporalidad de la encuadernación, así como promover la importancia y el uso respetuoso de una pieza histórica y a la vez cotidiana: el libro.

Se entiende como encuadernación una forma de conservar y proteger un conjunto de folios, en el caso de las encuadernaciones en un archivo, esta función es todavía más importante ya que mantiene vivo un testimonio histórico, que es parte de una realidad colectiva.

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He tenido la oportunidad de trabajar dentro del Archivo General del Estado de Oaxaca (AGEO) en donde hay libros del siglo XVIII, XIX y XX los cuales son una muestra de cómo han cambiado las técnicas de encuadernación en Oaxaca, vemos la adaptación a nuevos materiales a través del tiempo, buscando la practicidad siempre como necesidad constante dentro de la función de un archivo. Así mismo, presentan deterioros diferentes como resultado del uso y resguardo.

Generalmente podemos identificar las encuadernaciones de archivo por ser austeras en cuanto a decoración, pues su trabajo es responder a la necesidad administrativa de llevar un control estricto sobre las funciones de una institución, siendo un conjunto de documentos ordenados (recibos, cartas, actas, impresos, comprobantes, vales, facturas, etc.), que son cosidos, protegidos con tapas de cartón rígido y este a su vez cubierto con diferentes materiales: piel, papel, tela etc. Normalmente son encuadernados por el mismo personal del acervo para un mejor control, pero muchas veces sin una técnica profesional del oficio.

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Sin embargo hubo excepciones. Dentro del mismo Archivo, encontramos libros con materiales más lujosos y decoraciones y acabados más trabajados, pero eran pedidos especiales, regularmente para entrega de cuentas o cierre de ciclo, hechos de piel o gamuza decorada con placas de hierro caliente para imprimir diseños geométricos, papeles importados o decorados con técnicas especiales, portadas ilustradas a mano por calígrafos expertos.

A partir de la segunda mitad del siglo XIX, se dejaron de hacer los libros en estas instituciones, buscando alternativas para guardar documentos sin tener que encuadernarlos pero manteniéndolos unidos y en orden, en carpetas, archiveros o incluso cajas y las formas de unión se simplificaron al uso de grapas, clips o broches de metal. En el ámbito contable, en donde se requieren libros para registro de cuentas, optaron por comprarlos elaborados industrialmente, hechos en México o importados, según el presupuesto, cada ejemplar tenía una etiqueta pegada en la parte interior de la tapa para identificar el modelo, el taller o la casa de importaciones.

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La transición de materiales dentro de este ámbito fue parte de una ola de industrialización, resultado de constantes cambios para generar una producción más ágil y barata, aunque menos resistente. Por ejemplo, los adhesivos cambiaron de ser de origen animal a sintético; el papel de algodón hecho a mano por maestros papeleros, al papel de pulpa de madera hecho y blanqueado con químicos en fábricas; la forma de unión más común era el uso de hilo, hasta hoy persiste, aunque después se introdujeron grapas o adhesivos que se activan por medio de calor.

La piel y el pergamino que eran los elementos más comunes para cubrir las tapas de un libro, fueron remplazados con una tela plastificada llamada keratol que aparenta tener la misma textura y mayor variedad de colores.

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Toda esta diversidad en procesos, combinación de materiales condicionados por el uso, almacenamiento y los factores naturales como el sol o la humedad, conforman lo que con el paso del tiempo se ha llegado a nombrar “archivo muerto”, cuando en realidad es un archivo vivo que está esperando tener atención y trato digno para seguir con su propósito, mostrar a muchas generaciones lo que el pasado ha escrito sobre ellos.